La autonomía del jugador
Aplicar automatismos en el fútbol de base genera siempre
debate y controversia, con argumentos a favor y en contra. Como siempre, entre
el blanco y el negro, hay una amplia escala de grises y es por ahí por donde
debería transitar el debate, sin posiciones maximalistas. Por tanto, no podemos
concebir, por ejemplo, los automatismos como un método y un objetivo al mismo
tiempo. Son, sencillamente, una parte de la metodología para dotar a los
jugadores y al equipo de una, digámoslo así, zona de seguridad. A nadie se le
ocurriría hacerse a la mar sin una carta de navegación; no se puede buscar un
tesoro a ciegas, sin tener el mapa que nos dé las pistas necesarias para no
perdernos y desconcertarnos.
Para eso deben servir los automatismos, no para
aplicarlos sistemáticamente y para convertirlos en un corsé. Debemos hacer
entender a los jóvenes jugadores que les estamos proponiendo diversas rutas
para llegar a la meta, pero que también lo conseguirán combinando tramos de
esos diferentes caminos, descubriendo atajos, es decir, creando nuevas vías
alternativas a las que les hemos proporcionado.
Tenemos que animarles a no aplicar como robots lo que les
mostramos; no buscamos crear autómatas sino procesadores que almacenen la
información y busquen sus propias soluciones, en función de múltiples factores
que se producen en el campo (posición y movimientos de los compañeros y
adversarios, la zona del campo donde uno se encuentra, las condiciones
atmosféricas, el esquema de juego que estamos utilizando y muchas más). Y eso
solo lo conseguiremos si, además de explicarlo, somos capaces de crear un marco
adecuado en las sesiones de entrenamiento para que surja esa creatividad, esa
inspiración, esa búsqueda de nuevas vías. ¿Cómo? Potenciando en todo momento
situaciones en las que el joven jugador tenga que tomar decisiones, dándole
libertad para que las tome, reforzándole cuando haya tomado la iniciativa
buscando nuevas soluciones y aplicando una corrección alentadora cuando el
callejón donde se ha metido no tiene salida. También dejando que en las
situaciones de juego reales puedan aparecer conexiones innatas entre los
componentes del equipo, detectarlas y saber sacarles provecho.
Que un jugador sepa hacer un gesto técnico o táctico es
importante, sí, pero también lo es que tenga la capacidad de interpretar cuándo
es el momento idóneo para aplicarlo en beneficio del equipo. Solo se equivoca
quien decide. Por tanto, si queremos formar jugadores autónomos, con criterio y
capacidad de decisión, debemos ser tolerantes ante el error, darles un margen
de actuación y, cuando apliquemos la corrección, potenciar siempre
positivamente el hecho de que haya tenido iniciativa. Si no lo hacemos así,
corremos el riesgo de provocar la inhibición del futbolista, que rechace el
hecho de decidir, convirtiéndole así en un esclavo de los automatismos por
culpa de la inseguridad creada.
Autor: Martí Ayats (Periodista
y Entrenador de fútbol Nivel II).
Fuente: http://www.martiperarnau.com/
Óscar Méndez Albano.
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